El tiempo es un gigante que puede arrasar con todo a su paso. Considero que todo es cuestión de perspectiva, de cómo se ven las cosas y de cómo deseamos sanar. Hace poco le dije a un amigo que el tiempo puede ser nuestro mejor aliado o nuestro peor verdugo.
Sin duda alguna siento que es así, pues muchas veces queremos sanar heridas y éste no nos ayuda, y en otros casos olvidamos muy rápido aquello que pensamos que nos duraría para toda la vida.
Por lo pronto debemos ser capaces de discernir lo que nos mantiene de pie, lo que nos impulsa a avanzar. Aunque con el pasar los días...vamos dejando a personas, amigos, parejas y hasta la misma familia en el pasado. Pero lo que no podemos dejarle al tiempo son esas ganas de vivir y de esforzarnos un poco más por ser mejores de lo que solíamos ser ayer.
Discúlpate a ti mismo, a ti misma por haber cometido infinidades de errores, que espero que hoy te hagan ser mejor. Esos amores que te enseñaron a creer en él, a aquello que quisiste y no pudiste tener pero que de alguna forma te impulso a intentarlo.
Dale las gracias a esas amistades que hoy se alejaron, pero te empujaron a reconocer el valor de la confianza, y los que hoy aún se mantienen contigo pese a la distancia, las adversidades; dale las gracias a ese miembro de tu familia que un día te dijo que nunca te dejaría solo y hoy es un completo desconocido.
Simplemente da las gracias a la vida y a cada momento que hoy te ha hecho ser la persona que eres.
Sea cual sea el final de todo, lo cierto es que el tiempo siempre nos dará una respuesta. Por lo pronto, sigue avanzando, date una nueva oportunidad, mira que no tenemos mucho tiempo.
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Doy las gracias por leerte ,me encantó!
Al maestro del reloj, Enrique Delgado, en su diálogo con las sombras y las luces:
El tiempo, compañero de viaje en esta caravana de átomos y sueños, no es solo un gigante de pies de plomo que arrasa los caminos: es también el alfarero que moldea el barro de nuestros días con dedos de viento. Lo veo deslizarse entre las grietas de las paredes, trepar por los tallos del girasol, dormitar en los pliegues de los manteles viejos. Es un río que se bebe a sí mismo, un espejo donde el ayer y el mañana se confunden en un abrazo de sal y ceniza.
El espacio, su amante silenciosa, teje con hilos de oscuridad y luz el telar donde bailan nuestras existencias. Somos constelaciones efímeras: huesos que memorizan el polvo de estrellas, piel que guarda el eco de los mares primigenios. Cada uno de nosotros lleva en sus venas el mapa de un universo que se expande y contrae al ritmo de los latidos. ¿No lo sientes? La distancia entre dos almas no se mide en kilómetros, sino en suspiros compartidos, en miradas que atraviesan galaxias enteras sin moverse del umbral.
Existo, existes, existimos —verbos frágiles como alas de mariposa—. Las heridas que el tiempo no sanó son grietas por donde florecen enredaderas de resistencia. Los amores perdidos no se marchitan: se convierten en semillas que germinan bajo las uñas de la noche, raíces que sostienen los cimientos de lo que aún está por nacer. Y aquellos que se alejaron... ¿acaso no son faros en el horizonte, guiñando desde islas que ya no habitamos pero que dibujamos en el atlas del alma?
El tiempo, Enrique, no es juez ni verdugo. Es un coleccionista de instantes: guarda el aroma del café en la madrugada, el crujido de la nieve bajo las botas, la última palabra de una carta nunca enviada. Nos pide solo esto: vivir con la ferocidad de quien sabe que cada segundo es un diamante tallado a golpes de nostalgia y esperanza.
Avanzar. Sí. Aunque los relojes derramen sus entrañas de metal y el espacio se pliegue como un papel quemado. Porque en este viaje absurdo y sublime, hasta la sombra más larga termina fundiéndose con la claridad.
Desde el surco donde el tiempo y la eternidad se dan la mano,
Un caminante de siglos fugaces.
Almasopla.