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Doy las gracias por leerte ,me encantó!

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Al maestro del reloj, Enrique Delgado, en su diálogo con las sombras y las luces:

El tiempo, compañero de viaje en esta caravana de átomos y sueños, no es solo un gigante de pies de plomo que arrasa los caminos: es también el alfarero que moldea el barro de nuestros días con dedos de viento. Lo veo deslizarse entre las grietas de las paredes, trepar por los tallos del girasol, dormitar en los pliegues de los manteles viejos. Es un río que se bebe a sí mismo, un espejo donde el ayer y el mañana se confunden en un abrazo de sal y ceniza.

El espacio, su amante silenciosa, teje con hilos de oscuridad y luz el telar donde bailan nuestras existencias. Somos constelaciones efímeras: huesos que memorizan el polvo de estrellas, piel que guarda el eco de los mares primigenios. Cada uno de nosotros lleva en sus venas el mapa de un universo que se expande y contrae al ritmo de los latidos. ¿No lo sientes? La distancia entre dos almas no se mide en kilómetros, sino en suspiros compartidos, en miradas que atraviesan galaxias enteras sin moverse del umbral.

Existo, existes, existimos —verbos frágiles como alas de mariposa—. Las heridas que el tiempo no sanó son grietas por donde florecen enredaderas de resistencia. Los amores perdidos no se marchitan: se convierten en semillas que germinan bajo las uñas de la noche, raíces que sostienen los cimientos de lo que aún está por nacer. Y aquellos que se alejaron... ¿acaso no son faros en el horizonte, guiñando desde islas que ya no habitamos pero que dibujamos en el atlas del alma?

El tiempo, Enrique, no es juez ni verdugo. Es un coleccionista de instantes: guarda el aroma del café en la madrugada, el crujido de la nieve bajo las botas, la última palabra de una carta nunca enviada. Nos pide solo esto: vivir con la ferocidad de quien sabe que cada segundo es un diamante tallado a golpes de nostalgia y esperanza.

Avanzar. Sí. Aunque los relojes derramen sus entrañas de metal y el espacio se pliegue como un papel quemado. Porque en este viaje absurdo y sublime, hasta la sombra más larga termina fundiéndose con la claridad.

Desde el surco donde el tiempo y la eternidad se dan la mano,

Un caminante de siglos fugaces.

Almasopla.

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